“Vida sexual de las plantas”: La voluntad de florecer Cine por Ítalo Mansilla Vivimos en una época llena de rupturas. Los ritmos actuales de la vida han provocado que la reproducción de la misma se geste en base a constantes cambios, en una actualización que busca la vanguardia a cada momento con tal de estar siempre en un presente. A pesar de todo esto, nuestros cuerpos siguen siendo –hasta ahora- un inevitable receptor del paso del tiempo, con ello reaparecen convencionalismos sociales que vuelven a moldear con preocupación el accionar de las personas al momento de planificar su vida. “Vida Sexual de las Plantas” (2015) de Sebastián Brahm, tiene de protagonista a Bárbara (Francisca Lewin), una paisajista que tiene alrededor de 35 años y que desea tener un hijo. En un paseo realizado con su pareja Guille (Mario Horton), este tiene un accidente que lo deja con un cierto tipo de discapacidad cognitiva, provocando un distanciamiento entre ambos.Hasta antes del accidente la vida de la pareja parecía perfecta, una profecía cumplida en torno al proyecto que deben desarrollar los individuos en la sociedad contemporánea. Los años pasaban y el próximo paso lógico a dar era el matrimonio o la maternidad, en el caso de la protagonista. En esta ocasión nos interesa indagar en dos aspectos que nos parecen bastante alicientes dentro de la película. En primer lugar parece pertinente explorar cuál es la relación que tienen las plantas, en sus reiterados motivos y apariciones, con la vida de la protagonista. Nos arriesgaríamos a decir que su cuerpo es una planta que está en contacto con el ambiente y que desde una mirada biológica está buscando un candidato más apto para perpetuarse, para trascender hacia una próxima generación y cumplir con un tradicional ciclo de la vida. El accidente remueve a Guille rápidamente del espectro del deseo y su plano reproductivo, provocando una tensión entre los aspectos sentimentales, morales y sexuales de la protagonista. La edad empieza a caer sobre los personajes de maneras sutiles pero implacables.Tenemos por ejemplo una de las escenas en que Bárbara va trotando por la ciudad, la imagen que se nos presenta es bastante simbólica si tomamos en cuenta que lleva en el brazo un celular, emblema del avance tecnológico. Se puede pensar en esto como una práctica común, pero se ve un contrapunto cuando el demiurgo de este lazo está basado en la diferencia de la dirección temporal que van adquiriendo el aparato tecnológico y su portadora. Es decir, mientras ella va envejeciendo, la tecnología que se ocupa es cada vez más nueva, cambiante, actual y no parece estar cerca de quedar obsoleta. La presión también es fuerte cuando Nils (Cristián Jiménez) siente que ya es hora de formar una familia, encarándole a la protagonista su edad. Hay cierto entredicho respecto a en qué momento se debe formar una familia y con quién. El mundo del presente infinito parece tener límites en el cuerpo, evitando prolongar la decisión. Al igual que una planta antes de marchitar, Bárbara debe ser polinizada mientras sea fértil. Aunque si se mira bien, también se podría pensar que la idea de ser madre que la protagonista cree como propia y que en algún momento parece ser superada –o por lo menos puesta en suspenso-, vuelve a caer con fuerza debido al interés de Nils por ser padre. Por lo que hay que repensar desde dónde surgen realmente los intereses por procrear. Un segundo aspecto está ligado a la transformación de la protagonista en relación al autocontrol que puede ejercer sobre sí misma y sobre su cuerpo. Podemos notar cómo Bárbara debe tomar pastillas para regular su ciclo menstrual, las cuales deliberadamente no quiere consumir por sus deseos de tener un hijo. Su lugar dentro de las relaciones sexuales son pasivas, y solo cerca del final, en el reencuentro con Guille, logra asumir una posición dominante respecto a lo que quiere. Durante la película hay constantes situaciones que hacen alusión a la sexualidad femenina y cómo esta es vivida y regulada. Van desde visitas recurrentes a la ginecóloga hasta charlas con su mejor amiga. Hay un cierto ambiente de soledad que rodea a la protagonista. Los trotes que hace solitariamente por una ciudad insípida, de colores blancos casi clínicos acentúan la sensación de abandono en un mundo desierto que deja al individuo solitario en una urbe moderna. Es como la flor que crece solitaria en la montaña al inicio del film, y que necesitaba ser removida para ser apreciada. Cuestionarse respecto a qué es lo que la sociedad contemporánea espera de nosotros es una de las principales cuestiones presentes en la película. El uso –y abuso- de la tecnología ha convertido a los aparatos en componentes necesarios en la vida cotidiana, a tal punto que de alguna u otra forma han establecido las formas en que nos relacionamos con el resto y con nosotros mismos. Su presencia, de maneras sutiles, ha transformado las perspectivas que construyen las personas en relación al futuro. Con el control del cuerpo, aparentemente, se puede prolongar la juventud y romper con barreras biológicas que han sido impuestas, no obstante los convencionalismos sociales siguen sobre nuestras espaldas dirigiendo las decisiones y encausando destinos, por lo que aplazarlos no es, necesariamente, terminarlos.