Entrecruces de la Memoria, una milla de cruces sobre el pavimento Artes Visuales Por Pamela Ruiz En la población chilena existe un alto grado de predominancia religiosa. Durante el siglo XX, gran parte de la población era receptora de una educación cristiana, más allá del nivel socioeconómico. Se trataba -y aún trata- de uno de los factores más relevantes en la sociedad. La obra de Lotty Rosenfeld materializa uno de los códigos principales del catolicismo, la cruz, símbolo que se encuentra asociado a la imagen de mártir y que ha moldeado hasta día de hoy la mentalidad de las personas en Occidente. Para el ciudadano de a pie, funge una función de soporte psicoemocional y de guía valórica. Junto a esto, cabe destacar que es la corporalidad en movimiento de una mujer, la que atraviesa la ciudad e interpela la sociedad. Corporalidad fuera de las cuatro paredes institucionales o las propias del hogar, manifestando en las calles la Cruz. Asociada históricamente, y como es sabido comúnmente; a lo masculino. Es en este contexto religioso que la obra de Lotty Rosenfeld, pese a su connotación subversiva, enfrenta limitaciones en su interpretación, por parte de la ciudadanía. Dado que es notorio, como falla del sistema educativo nacional, la superficialidad de la enseñanza en temáticas artísticas. En el informe “Voces de la Educación artística en Chile. Análisis de un proceso participativo” publicado el 2022, y realizado por la UNESCO; revela grandes brechas que afectan especialmente al tramo más vulnerable de la población. En palabras de la propia artista durante una entrevista: “La obra invita al sujeto a reflexionar sobre sus dependencias a los códigos. Esta acción de arte, que he realizado por años, tiene por objeto interrogarse acerca del problema del poder en su relación con las instituciones y la vida cotidiana. Este signo alterado ha operado como metáfora en espacios que contienen marcas históricas, sociales o políticas de algún conflicto, desde aquello que afecta a la civilidad”. Así pues, la obra contendría, según la intencionalidad de la autora, un propósito de protesta y de alto contenido interrogatorio. Sin embargo, esto llega a contrastar con la realidad chilena cotidiana, donde se ha determinado que incluso al año 2023 un 59% se declara cristiano. (Ipsos, Religión Global 2023). No es descabellado asumir que en décadas anteriores, el porcentaje en la población habría sido altamente mayor. En comparación con su otra obra, “NO+”, la cual resulta fácil de digerir para cualquier ciudadano observador, “Una milla de cruces”, acaba experimentándose críptica, buscando abarcar temáticas de gran envergadura sociopolíticas, aunque completamente acordes a su época y vigentes hasta hoy. Pese a ello, sufre de una especie de barrera idiomática, interpretativa, por parte de la población y su capacidad para desentrañar mensajes detrás de imágenes. Junto a ello, no se ha de pasar jamás por alto la reticencia y rechazo que pueda generar inicialmente una obra de este calibre. Pues la acción de presentar una cruz en el suelo, para sectores de la población generaría una tensión. Una degradación inclusive. Coartándose taxativamente la posibilidad de siquiera llegar a reflexionar en torno a las relaciones que albergan instituciones -en éste caso religiosa- con el poder. Se trata entonces, de valores fundamentales en la población chilena, y que se hallan en el centro de la conformación como individuos. Interviniendo mediante ello en la calidad de sujeto político. Complementando lo anterior, el hecho de que el 80% de los chilenos está de acuerdo que creer en Dios (o en fuerzas superiores) ayuda a superar las crisis (Ipsos, Religión Global 2023). Por tanto, el significado de la obra queda velado o, directamente, desestimado, por una parte relevante de la población. Y hallándose entre el mundo artístico y la población mayoritaria, una brecha que no se termina de atravesar. Un mensaje que prácticamente es enviado al vacío, siendo audible más que nada por quienes han tenido la oportunidad de acercarse al círculo y de recibir instrucción. Se espera que con el transcurso del tiempo la influencia religiosa especialmente de índole cristiana, disminuya, y con ello las reticencias mentales impuestas para reflexionar y analizar esta clase de tópicos. A su vez, la capacidad para interpretación y crítica del arte irían en aumento, producto de un mayor interés y acceso equitativo en la educación artística.