Por Lourdes (LCC 2023)

 

 

“¿Dé qué sirve hacer arte cuando el país se está acabando? Yo quiero tirar piedras, esa es la lucha”.

Eso me dijo una de las últimas veces que nos vimos, lo que podría haber causado en mí una especie de “Red Flag”, bandera roja o, quizás alabarlo por ser valiente y contestatario o era un llamado de “No, acá no es” ¿Sé yo dónde realmente es? Una es dura, testaruda, sorda y ciega, pero estamos en el proceso de aprendizaje y aplicando los conceptos, sin embargo, otro cuestionamiento que surgió más preponderante en mi cabeza fue ¿Cómo hacer arte cuando no sólo el país… ¿El mundo se está acabando?

Parte de la crisis cultural no inicia el 2019, sin embargo, es este año dónde nace el deseo de quemarlo todo, reconstruir, reivindicar, renacer, revolver, re de revuelta popular. He escuchado voces (Casi como el niño de sexto sentido) por los diferentes lugares transitados, muchas señalan el año de Chile como uno glorioso, magnífico, caóticamente hermoso. Me sumo a esas palabras, con todo lo que significó, así fue.

Manifestaciones culturales a través de los muros, canciones coreadas por las multitudes en Valdivia, Santiago, Valparaíso, Antofagasta, por nombrar algunos lugares, donde el baile de los que sobran vuelve a la memoria de las generaciones que vivieron y viven todavía los vestigios de la dictadura cívico militar y, por otro lado, los jóvenes que hoy pueden saber de dónde viene ese fin de mes, sin novedad.

Además de canciones y muros gritando derechos fundamentales, grupos de performance expresaron petitorios a través de vestimentas, movimientos, consignas y símbolos de lo que hoy todavía está en disputa: derechos humanos, medioambientales, salud, sexuales y reproductivos, educación, animales, vivienda, presos y así y así y así…

¿De qué sirve la perfomance cuando el país se está acabando? ¿Puede una performance cambiar el rumbo del destino catastrófico de esta última larga y angosta faja de la tierra? Seguía en esta cabecita loca la pregunta. No tengo una respuesta, menos una verdad absoluta, probablemente él sí la tenía, rechazar la posibilidad de expresión de algunas como: “Baila, capucha, baila”, “Las Tesis” “Piñera me empelota”, “La matiné de las flores”, “Farándula Cruel” y un sinfín. De esto, infiero lo siguiente: “Todo es perfomance” y quién se apodera de la suya como desee. Acá, el sujeto lanza piedras, sus manos agrietadas, capucha negra de una polera ya gastada en su cabeza, lágrimas en los ojos por el gas contaminante, sus deseos de vomitar se elevan por el tóxico que muchas personas hasta el día de hoy, más que seguro llevamos dentro. Allá otras bailando K-pop. Por otro lado, unos visten de los personajes icónicos del 2000, todo es perfomance.

Y sí, todo es perfomance, lo quieran algunos y no lo quieran otros ¿Por qué el rechazo y ninguneo a otras posibilidades de manifestación? Todas adoramos a un fascista, dijo la Sylvia. Todas adoramos a un farsante, podría decir de mi propia boca o con estos dedos que ahora escriben. Qué curioso. Me surgen más interrogantes en la cabeza sobre ¿Cómo es el propio performer quien rechaza la expresión de la performance que no es la suya?

Valparaíso por si solo es una performance ¿Es posible que estuviese rechazando al mismo puerto que defendía con piedras?

Es peligroso este ejercicio, una especie de efecto dominó con cuchillos que cae uno tras otro y tras otro y tras otro y en el punto que termina probablemente no podré resolver esta interrogante: ¿de qué sirve el arte, la performance, la canción, las murallas rayadas, las piedras, la capucha, cuando el país se está acabando?

Por cierto, no nos volvimos a ver, ha servido el proceso de aprendizaje.