Comportados: ocupación del espacio urbano/público y el cringe Artes Escénicas por Camila Pimentel (LCC 2023) Actualmente hay palabras cuya raíz en el castellano nos resulta -preliminarmente- difícil de rastrear: skere, POV, shangle, uwu, cringe, entre otras, son expresiones vivas que en caso de no manejar su significado, una conversación con nativos digitales podría resultar torpe o incluso podría marginarte de la gracia de un meme y -por efecto- ser considerado un boomer. En un intento por disminuir las distancias lingüísticas entre generaciones, Felipe Avello mediante un chiste -a propósito de lo expuesto que está el artista/orador en un escenario- trae a colación uno de los extranjerismos más usados en la era de la imagen: “Ay me dio vergüenza. Es que yo no puedo observarlos tanto como ustedes me observan a mí. Eso genera grinch ¿Cómo se llama eso? Grinch, algo así. ¿Quésawea?”. Luego de situarse con las y los espectadores en el universal terreno de la vergüenza, siguiendo la composición bipartita del chiste -tensión y remate- descrita por Hanna Gadsby en Nanette (2018), Avello ofrece su vulnerabilidad para ayudarnos a comprender el inconveniente que supone no conocer este y otros conceptos. Finalmente, interpela a la audiencia del Teatro Mori: “Prepárense un poco antes de venir”. Me resulta necesario entonces pormenorizar los posibles casos de cringe a partir de dos visiones. La primera es entregada por una institución vinculada a la tradición y al afán de conservar “el buen uso y unidad de la lengua española en el mundo”. Hablo de la Real Academia Española. La segunda fuente de conocimiento es también poseedora de férreos seguidores y de un squad ecléctico, casi interdisciplinario: actrices, modelos, cantantes, escritoras y activistas juran lealtad a la ex cantante adolescente de country y actual estrella del pop Taylor Swift. Ambos casos descritos -por la RAE y Tay Tay- son patentes en las teatralidades propias de los creadores de contenido en el espacio urbano y público. Según la cuenta verificada de la Real Academia Española en Instagram -@laraeinforma- el anglicismo cringe puede entenderse como vergüenza ajena. En virtud de lo anterior, la persona que experimenta esta sensación asume el rol de espectador, de fisgón respecto de la acción de un otro. Ya establecida la participación de -al menos- dos personas es relevante preguntarse: ¿en qué contexto alguien despierta tu vergüenza ajena? a) En la tv. b) En las calles. c) En el trabajo. d) En redes sociales. e) En una reunión familiar. f) Todas las anteriores. Ahora pensemos en la respuesta inmediata ante el ridículo ajeno: desvío de la mirada, intriga, asombro, escándalo, distanciamiento e incluso una intervención. Dicho lo anterior, se podría establecer -patudamente- una relación entre el cringe y la desestabilización de los sentidos entregada por las representaciones del teatro callejero. En este punto profundizare más adelante. Por otro lado, Taylor Swift nos entrega la segunda noción asociada al anglicismo mencionado. Taylor es la egresada seleccionada para dar el discurso final de la promoción 2022 de la NYU. La cantante declara: “El cringe es inevitable a lo largo de la vida. Probablemente estés haciendo o usando algo en este momento que recordarás más tarde y encontrarás repugnante e hilarante”. Esta vez, la idea de vergüenza cambia respecto de los participantes: puedes ser tú mismo quien la provoque pero ubicado en un tiempo otro, en un tiempo ajeno, en un tiempo pretérito. Asimismo, en una era donde las imágenes que observamos en las pantallas inculcan deseos, hábitos e inquietudes[1] revisar archivos propios puede retorcernos por la incomodidad. Incluso -en palabras de Taylor Swift- “puede ser realmente abrumador averiguar quién ser, en qué momento serlo y cómo actuar” en medio de tanto estímulo atractivo pero breve. Cuando hablo de la abundancia de estímulos y de la temporalidad asociada a estos -por ejemplo, la duración promedio de un tik tok es de 30 segundos- pienso en el hacer olvido que plantea Lucía Guerra respecto de los no-recuerdos que fecundan y se integran a nuestros discursos: ruinas que remiten a algo ya visto cuyo sentido y efecto puede mutar conforme pasa el tiempo, tal como plantea la ex cantante de country: algo que amaba usar hoy me genera cringe. Otra reflexión que entrega Taylor Swift en su discurso tiene que ver con la defensa -en nombre de una vocación (?)- de la capacidad actual de jóvenes y no tan jóvenes de generar virales y/o textos multimodales en grandes cantidades: “Todo está conectado por mi amor al oficio. La emoción de trabajar con ideas, reducirlas y pulirlas todas al final; editar, despertarme en medio de la noche, descartar viejas ideas porque acabas de pensar una nueva o mejor o un dispositivo de trama que une todo […] como compositora nunca he podido quedarme quieta o permanecer en un lugar creativo durante demasiado tiempo”. El ímpetu y exceso de inspiración/acción que describe la oradora es semejante al deseo de creadores de contenido por mantenerse vigentes en redes sociales. Deseo cuyo motor puede ser muy cuestionable: grandes disqueras exigiendo un momento viral a artistas; aceptación social, likes, etc. Además de los tristes efectos que puede tener. Desde desafíos que usan de base la ideación suicida y la temeridad; trastornos dismórficos corporales por el uso de filtros poco realistas; y en un tono menos grave, el cringe. El creador de contenido, entendido como “quien produce vídeos, escribe un blog o comparte imágenes en redes sociales con la finalidad de darse a conocer en el ámbito online para captar posibles clientes, colaboradores y sponsors” aúna ambas visiones. Por un lado, observamos a un otro en el espacio público que -y aquí la relación con la segunda noción de cringe– recurrentemente genera publicaciones de distinta naturaleza o en diferentes formatos. Cringe y creadores de contenido El propósito de la cuenta de Instagram Influencers in the Wild es mostrar el proceso de producción de distintos reels, tiktok, transmisiones en vivo y fotografías de cuentas virales -o que al menos cuenten con unos miles de seguidores-. Es tanta la popularidad de este perfil que incluso tienen a la venta un juego de mesa que invita a los jugadores a experimentar por un momento las exigencias de ser influencer. Respecto de sus 4.9 millones de seguidores, probablemente haya quienes crean en la genialidad de la cuenta o de los influencers expuestos; otros que ocupen estas publicaciones como insumos para burlas y rezagados que fluctúen entre ambas posiciones o más. Sin embargo, es innegable la irrupción en el espacio urbano mediante la resignificación de usos y flujos por parte de creadores de contenido. Drags que ocupan pasarelas y monumentos militares para exhibir en contraste sus performance y vestuario. Grupos de bailarines y raperos invadiendo una bomba de bencina para grabar sus canciones y vídeos. Pole dance en semáforos y señales del tránsito. Todas muestras artísticas, extrañezas que desautomatizan las rutas y ritmos corrientes de la ciudad/escenario. Como señala Octavio Navarrete, la dimensión política del teatro callejero viene de la irrupción en la calle, de meterse en las porosidades de la ciudad. Visto de esta forma, las y los creadores de contenido están desplazando los sentidos y comportamientos estándares asignados al espacio público ocupando como soporte de sus producciones construcciones urbanas. Incluso el twerk que se da en la plaza le hace el quite a la “fuerza modeladora de una deseabilidad social” sobre la cual está construida la ciudad occidental. Sin embargo, las miradas atónitas no son solo síntoma de una efectiva experiencia estética y sensorial. Pueden ser también una señal de molestia, de incomodidad y de vulneración: a) cuando la irrupción en el espacio público banaliza los espacios de dolor, de memoria y sus símbolos -criticadas selfies en memoriales, Auschwitz, Chernobyl o en construcciones amerindias- y b) cuando devaluamos el comportamiento público del que somos testigos. Las emociones corrosivas (envidia, codicia, culpabilidad, vergüenza, odio y vanidad) son entendidas por Ignacio Bernal como emociones “fuertemente dominantes que nos provocan comportamientos difíciles de gestionar”. Esta dificultad esta determinada por la revolución fisiológica corporal automática, es decir, la mencionada respuesta inmediata que tenemos al experimentar cringe (desviar la mirada, alejarnos, ruborizarse, etc) porque puede conducirnos a comportamientos que aumenten la incomodidad del momento. La neurociencia establece que el pavor a sentir vergüenza -propia o ajena- tiene relación con la culpa, la valoración personal de conductas y la opinión pública. En cuanto a la valoración, Bernal declara que si es menor el valor que las personas tienen de mí es mayor la vergüenza. En oposición, las y los individuos menos sensibles a la opinión pública sienten menor vergüenza o remordimiento al desenvolverse en sociedad. Ante estos dos casos ¿dónde situamos a los creadores de contenido? Su actuar desvergonzado podría estar condicionado por su alta valoración -cantidad de seguidores, visualizaciones y likes– o por su desconexión con el entorno y sus usuarios. Para finalizar, es preciso enfatizar que las emociones -y las respuestas asociadas a ellas- son “siempre fuente de nuevos razonamientos”. El cringe, vergüenza ajena, dentera o como quieran llamarlo hoy y en el futuro cuando perduran suelen torturarnos y dañar lentamente el estado anímico. Sin embargo, pueden también suponer una puerta de entrada al espacio de tus límites personales. Límites personales determinados -en parte- por un sistema valórico que cargas desde hace tiempo. Sientes esa sensación incómoda porque es algo que tú no harías o no dirías. Hoy habiendo tantas personas que están empujando ese límite -por estupidez o por transgresión- me resulta necesario negociar o al menos revisar esos cercos. [1] Juventudes, genealogía de lo juvenil en Chile.