Por Kathia González (LCC 2023)

Era el año 2007 y mi yo de 9 años se encontraba frente a la gran pantalla viendo la nueva película de Disney, Ratatouille. La premisa era sobre un ratón persiguiendo su sueño y que tenía como fin inspirar tanto a chicos como a grandes, pero mi mamá que se encontraba a mi lado en el cine, veía con asco como un ratón cocinaba y tocaba la comida con sus patas.

Esa fue la primera vez que lo vi. Era un hombre oscuro,delgado y con un rostro cansado, el antagonista de esta historia: Anton Ego. Un señor que se dedicaba a la crítica, recluido en su mansión gótica, con una copa de vino en su mano y con la otra escribiendo en su máquina de escribir, un texto donde destruye con palabras algún restaurante.

La imagen del crítico quedó caricaturizado en esa película infantil, dando entender que dentro del mundo de la crítica se encuentran estos seres fríos, llenos de traumas, que solo necesitan una historia que les toque la fibra sensible para darse cuenta que ese no es el camino.  Pero, ¿cuál será la similitud con la realidad?

Durante mi vida adulta me fui encontrando con distintos Anto egos disfrazados de compañeros de clases, profesores, amigos, familiares e inclusive a veces lo veía en el espejo.   Lo fui identificando en opiniones como «Bad Bunny no es música»,»es de flaite escuchar Marsianeke», «yo no escucho kpop porque es de niñitas»,»yo no prendo la tele porque prendo la mente».

La jerarquización de los gustos terminó siendo su crítica principal.  Qué es música, qué es arte, qué es literatura, qué es teatro, ¿Quien lo define?

Terminé escondiendo mis escritos, asustada de que algún Anto Ego lo encontrará y me dijera que lo que escribí no tenía la calidad suficiente.  Ese dibujo que ví a los 9 años, me perseguía en mi vida adulta y lo peor, es que buscaba su aprobación.

Deje de consumir algunos programas, música, películas, libros, porque mi Anto Ego decía que no era suficiente, que no era de calidad, porque en la obra no estaba la aprobación académica. Pero eso en vez de beneficiarme me trajo consecuencias.

No me daba cuenta de la forma en que me desconectaba de mi humanidad. Me desconectaba de la pasión que se respira en tu sala de estar cuando está jugando Chile, de las risas de tus abuelos cuando ven a Junior playboy y su «jugo de naranja», de las caritas de tus hermanas al disfrutar de una obra de teatro infantil, del baile con tus amigas al ritmo de conejo malo, de la emoción de tu prima chica porque un grupo coreano iba a presentarse en Chile.

La elección de desconectarnos de nuestro sentir para solo centrarnos en el pensamiento, es un arma de doble filo, nos hace estar ausentes pero al mismo tiempo analizar la obra desde su núcleo más profundo.   Pero, al tomar esta posición, nos aleja de las nuevas formas de ver el arte y la cultura, nos en clausura en el teatro de salón, nos aleja de las obras por Zoom, nos hace perder la guerra política del apruebo porque no fuimos capaces de incluir al pueblo en la fiesta del pueblo.

Pero no todo es el sentir, necesitamos del pensamiento para poder comprender qué es lo que quiso decir el dramaturgo con su obra, para entender la historia y para no cometer los mismos errores que nuestros antepasados. Necesitamos incorporar estas dos cosas para lograr ver la pintura completa.

Elegí volver a conectarme.  Pero no eliminando a Anton, ya que la crítica siempre debe estar presente, sino, darle de comer ese Ratatouille, para poder abrazar a esa niña sentada en la sala de cine.

 

Kathia González. Nacida en Valparaíso en 1998, es la directora y fundadora de Diversas desde el año 2020, y es estudiante de periodismo en la Universidad de Playa Ancha. También trabajó en la revista de literatura y fotografía Phantasma.cl. Ganó la convocatoria de Perfeccionamiento artístico impulsada por Balmaceda Arte Joven (2021) y ha participado en distintos cursos de escritura creativa y de critica (Maña, BAJ, etc).