Por Camilo Herrera ¿Has conocido a un adicto al porno? Yo tengo un amigo de un amigo que, en un carrete, después de un bigoteado merlot, nos contó que había comenzado una terapia que, entre otras cosas, buscaba tratar su adicción al porno. Inhabilitado por un hedonismo insaciable, el amigo de un amigo comenzó el relato de su día a día, enfatizando que era un esclavo de su verga y que se encontraba condicionado a organizar su vida en busca de intimidad. La necesidad lo podía asaltar en cualquier momento y lugar. El amigo de un amigo nos contó que en la sociedad hay disparadores que nos enferman y que se dio cuenta que tenía un problema cuando ya no quería salir los fines de semana porque prefería quedarse en su casa, viendo porno. El amigo de un amigo cree que todo comenzó cuando su polola lo pateó, que durante el duelo del amor se fue forjando su adicción. Explica que el vacío de la ruptura fue llenado por un Excel donde tiene un listado que ha construido a lo largo de su adicción, organizando según cualidades físicas y rangos etarios, el nombre de actrices de la industria pornográfica, listado que consulta cuando el estímulo es embestido por el disparador disruptivo de la televisión, sus redes sociales o cualquier cosa que induzca el morbo, morbo, morbo. Ese es el problema, enfatizó con vehemencia, no solo no puedo salir, también me he vuelto un exhibicionista porque no siempre encuentro un lugar escondido cuando la necesidad se hace tormento, de hecho ahora, en lo que va de este encuentro, ya me fui a masturbar una vez ¿Lo creerían? ¿Se dieron cuenta? Si ocurrió, no nos habíamos dado cuenta. Es el amigo de un amigo y mientras conversábamos de lo mal que está el Wander, él estaba escondido, mirando su Excel y escogiendo cuál de todas sería la musa de su imaginación. Me masturbo entre cinco y diez veces por día, lo que podría calcularse como una paja por hora al día, de la que destino media hora a solo pensar con qué imágenes me voy a masturbar y, si estoy fuera de mi casa, dónde me puedo encerrar (en el mejor de los casos) para poder hacer eso que debo hacer. No solo es físico, es todo un ritual asociado a conductas y objetos, no se trata solo de masturbarse, se trata de orquestar el anonimato breve que me dará el espacio, ¿Se entiende? A veces me puede calentar un cigarro, una palabra, un gesto, cualquier cosa puede disparar en mí una espiral ascendente que busca, de alguna u otra forma, su maldita resolución, siempre en el porno, el porno, el porno. Repetía, repetía y repetía. El amigo de un amigo dijo que, si bien estaba enfermo, sabía que era un energúmeno repulsivo, que nos contaba esto porque era una junta de hombres (?), que había confianza para poder comentar su situación, la que aún era una especie de secreto. Yo no soy un acosador –nos dijo en un momento– pero sí una mente enferma: una vez vi un vídeo donde un ex adicto al porno daba su testimonio, sus palabras coincidían con algunas de mis sensaciones; él también había llegado a contextos donde el exhibicionismo constituía un problema, pero además, en ese testimonio él decía que el momento más agudo de su adicción, fue cuando su mente comenzó a sexualizar a familiares, vecinos, gente de todo tipo, su cabeza había transformado a todo ser viviente en objeto erotizable y eso le provocaba más morbo, más excitación. Yo no he llegado a eso todavía, dijo el amigo de un amigo, pero sí siento que en los recovecos de mi cerebro, hay una viscosidad que va descomponiendo mi capacidad de interactuar con otros. Me he vuelto un ser limítrofe. Su testimonio y la verborrea con la que fue revelando detalles, instaló una sospecha en el ambiente, como si estuviéramos compartiendo junto a un delincuente, ladrón o cucaracha del bajo mundo. El amigo de un amigo decidió irse del carrete a eso de las cuatro de la mañana, cuando salió por la puerta no pudimos contener la risa y de alguna manera, no sé por qué, recriminar a nuestro amigo por invitar a su amigo, criatura insólita y bizarra. Deben haber pasado unos veinte minutos de la partida del masturbador, cuando decidí emprender rumbo al paradero junto a dos de los contertulios que habían asistido al encuentro. A las cuatro y media de la madrugada comprenderán que no hay gente caminando por las calles de Quilpué, de vez en cuando verás algún vehículo trasnochado, pero las calles están solitarias y las luces no iluminan a nadie. Al llegar al paradero lo estaban iluminando a él, que se encontraba sentado en un piso de plástico abandonado detrás de un basurero de esos verdes, grandes, escondido y mirando su celular. No quisimos acercarnos ni gritarle nada, pero a lo lejos se podía observar que la pantalla le iluminaba el rostro, que tenía los pantalones –aún– puestos, que sostenía un cigarro en sus labios y que probablemente estaba en pleno proceso de discusión interna para escoger qué actriz sería la protagonista de esa paja desoladora en el amparo cómplice de la helada quilpueína. Fotografías:@bastolosb Camilo Herrera Marihuanero habitual como resabio pandémico. Leo y a veces, solo a veces, escribo. Nací en el cerro que mi abuelo fundó con sus hermanos, Chorrillos. Negro y marxista y como muchos románticos, sigo sin superar las vicisitudes de García Madero, que, de cierto modo, es vivir estancado en la adolescencia. Mis estados de ánimo están sujetos a los resultados del Wander. En una riña le pegué a un cuico y casi me fui en cana, me salvó mi irreprochable conducta anterior.