Por Paloma Muñoz A la villa de polvo y cal En la intersección de Gabriela Mistral con Esmeralda nadie sale sin ser visto, ni entra sin querer que lo vean. Los ojos del barrio se iluminan de voyerismo inocente con cada rostro ajeno que traspasa el umbral de la población en busca de un familiar lejano o un intento de redención. Las casas a medio destartalar contrastan con los arbustos recién regados y el ciruelo que acaba de aflorar. Un grupo de hormigas devoran los nísperos que, por indiferencia o maldad, se asolean en el techo del vecino. De vez en cuando un piedrazo nos despierta a todos pero, no te asustes, es el timbre de la casa. La sinfónica risa del “conejo” llama a los curagüillas y a los aburridos a comulgar cada día desde las 11.00 AM. Los recovecos de la población emanan resistencia: al paso del tiempo, a la sequía del Aconcagua y a la muerte de cada hogar. Los que llegaron primero se fueron de esta tierra antes de ver la calle pavimentada. Así, casi sin querer, Calera se convirtió en la ciudadela del eterno domingo, tan silenciosa y caótica como solo ella sabe serlo. Allí todos nos sabíamos pecadores, allí todos sabíamos nuestros pecados; así nos transformamos en comunidad. Cada uno se salva como puede, algunos se refugian en sus parroquias, otros renuncian a la salvación por una tarde más en el limbo; pero lo cierto es que los fantasmas infantiles, que se creen exorcizados, se adhirien a la piel de la memoria y como una costra que se ablanda tras una ducha, abandonan su letargo obligándonos a contar al mundo sobre ellos. Para nosotrxs, quienes fuimos extirpados de nuestras camas tras un embargo, una huida o un portazo; la vieja ciudad siempre será eso: un entramado insoluto que desobedece a la modernidad de los centros comerciales y sus largos pasillos de neón, aferrándose al recuerdo de la feria colmada. Hoy, con los pies sobre cemento porteño, noto que mi memoria está repleta de disonancia y, repasando las líneas que tracé por allá en 2003, cuestiono la veracidad de los recuerdos. La confusión de las líneas del tren oxidadas, por un lado y el puñado de autos brillantes por el otro; el río –que, aunque seco, es río– y los supermercados colmados de agua embotellada a 2×1.990; la nostalgia del silencio mientras la tele gritonea nuevas ofertas, nuevos medios de pago, nuevas deudas y la criatura entre la pila de juguetes a pleno sol, tirando del pantalón del tata diciendo “también este”. Fotografías: @palomafome Paloma Muñoz Las palomas son de los pocos animales que han logrado adaptarse exitosamente al entorno urbano. Creada con partes iguales de cemento, polvo y agua de mar; entre quillotana, calerana y playanchina.