Por Génesis Salazar Muñoz Caminas, tropiezas, destella el suelo, observas, una moneda, la coges, día de suerte. El azar configura la escena y una se asume pieza del tablero, no de dios sino del caos. Caminas, un bache, tropiezas, al suelo, desastre, game over, mal de ojo. Nuevamente el azar y tú en el tablero. It’s just life baby, te dices, take it slow. El jueguito azaroso, cosa de todo mundo, empuja, coarta, remece. La vida, suscrita a lo incierto, da puntada sin hilo y una ata cabos sueltos. Echar la vista atrás es justo eso, urdir la nada, hacer poesía, mezclar tragedia con tiempo, cocinar con las sobras. Y claro, ¿cómo no? Hay momentos para crear significancias. Me toca pensar, hablar en prosa de mí, contar algo que ponga en jaque al lector, pero ¿qué digo? “Yo es otro”; no basta citar a Rimbaud, no hay as bajo la manga, habrá que hacer nexos, contar la historia de forma tal que parezca el destino. Nací y crecí entre un par que de amor poco y deber mucho, ¿hermanos? Dos flacos altos, marchitos con el tiempo como cualquiera en pleno siglo, rewrite, suena a ficción. Nací en enero seis, yang de fuego, crecí con espíritu rebelde como quien dice non serviam sin aire aburguesado, también de rasgo la curiosidad marciana de querer saber siempre y de saber siempre nada. Quise estudiar artes plásticas después de visitar a un tío que tras aprender a leer –a los treinta y cinco– me regaló una revista Atenea que su profe dejó en el taller por despistada o generosa. Era el módulo tres, yo tenía once años. Una vez en la casa, ojeo, leo a Mistral y a Parra, me atrapa El hombre imaginario. Salto en el tiempo,1095 días después, mi primera toma, mi primer faso, una pelirroja de apellido Herrera me enseña a cletear. Le gusta una mujer, termina la oración con: quizás es pasajero. Tiene miedo, es primera vez que cogemos el riesgo en las aceras, mientras, su hermano se acerca para escuchar un álbum, otro álbum, uno de tantos. Practiqué teatro seis años y seguía ruborizada ante una mirada fija del sexo opuesto ¿Por qué? Ni idea, vuelvo a la infancia. No crecí con libros, ni viajes, ni conciertos; llegué tarde a cuestiones basales, nada que dibujar post retorno clases, eso sí, mucha radio, harta música cebolla, mucha calle, mucha tele, poesía en todas partes, mas no todo poesía. Regalona por busquilla, el azar o el destino –llámese como se quiera– me empujó a tropezar con las manos abiertas de cientos, de tantos, de miles que sin dudar hacían posible adscribir a la consigna de Rimbaud porque esto que soy es también ser un otro. Avanzo, 2016, renuncia, saber llegar y saber irse, morir un rato, igual que Bowie, seguir cogiendo desvíos. Se dice que era un lego, no hubo un Bowie definitivo; adhiero, me siento un poco así o más que un poco. Inanición para matar al falso self, revuelta, insurrección adentro, bien adentro, como Dante en la selva oscura. Vuelvo al presente, a eso que los astrónomos dicen no existe porque ya fue; porque, al final, todo es pasado. Tengo la cabeza atestada de escenas de películas que cito con cualquiera cada vez que hablamos, saquito roto, la curiosidad marciana jamás se fue. Ojo piojo desde niña, cuento corto, un devenir. Fotografías: Génesis Salazar Génesis Salazar Muñoz No tengo para ofrecer palabras hermosas que caen con todos sus pies en el suelo. Recojo la belleza callosa de una fisura. Renuncio a gustar, aunque quisiera, porque no tengo para ofrecer más que desvíos, cuestiones lateras que se prefieren pasar por alto o atender de vez en mes por cualquier cosa menos propia voluntad. Visto la diferencia de quien por fuera es cualquiera y por dentro ninguna, es la herencia del linaje paria que enseña a no besarle el culo a nadie. En esta infancia lemebelezca, el destino o el azar, posa ante mí una revista Atenea –herencia de un tío reo– que dispara mi curiosidad marciana a los once años. Por busquilla, de ahí en adelante –o quizás mucho antes que eso– no paro de explorar soportes para contar historias.