Felipe Avello y su Última Luna Sin categoría Un paria, un nudista, un onanista, un imbécil. Por Tito Villegas Como un monje budista, Felipe Avello parece en extremo preocupado y consciente de su ego, algo poco habitual si se le quiere considerar como un personaje que partió de la televisión. Si uno rastrea sus entrevistas, pareciera ser que ése es el tema central que se vuelve y vuelve a repetir. En una del 2013 alegaba, por ejemplo, que cumplía 39 años y no sabía hacer nada. Que encuentra pésimo hablar de sí mismo. Cuatro años después, cuando triunfaba fuera de la televisión, respondía: “no, no coincido”, al ser puesto frente a la idea de que no hay nada que se parezca a lo que él hace. En 2018 fue víctima de un asalto donde le robaron su auto. “Quizás la camioneta que debería tener ahora debería ser más cacharra. Más cacharra para que no me la roben. Y ser menos materialista. Me estaba volviendo muy materialista el último tiempo.” No es así cuando le han pedido hablar de los otros, y en especial, de los otros y la muerte. A nivel mediático, el fallecimiento de Ítalo Passalacqua, colega durante años en SQP, lo puso en un lugar especial. Los dos habían forjado una relación especial que produjo momentos joya del humor. Hay belleza en las palabras del Pez (autoapodo de incierto origen) sobre su relación, tanto personal como mediática. Una herida más profunda fue la de su hermano menor, fallecido en un accidente de tránsito el 2009. Incluso en estas circunstancias, me encuentro con frases que podrían salir del Dhammapada o de los poemas de algún monje hereje y santo: “ahora no me importa tanto morir, si ya estuve millones de años sin existir antes de nacer, puedo aguantar otros millones de años, cuando me muera.” La televisión, probablemente por inercia o estupefacción, le dio el espacio para el reconocimiento. Pero no fue tan simple. Hay rastros de su ya extinto paso, prácticamente, por todos los canales, y es difícil delimitarlo entre éxito e inestabilidad, pues constantemente era despedido y vuelto a contratar en otro lugar. En el famoso “enfrentamiento” con Eduardo Fuentes (que acumula más de un millón de visitas en Youtube), Avello decía: “¿cómo crees que me sentía yo luego de vivir juntos el año 99’ y después ser tan sólo espectador de tus éxitos?… ¿y yo?… Considerado por esos mismos años un paria, un nudista, un onanista, un imbécil, un farandulero de la televisión, un cahuinero… “. El bufón es un personaje que su meta última es la intrascendencia. Si rompe las reglas es porque lo tiene permitido. Es un carácter más en la maquinaria. Felipe no es bufón porque su intransigencia es honesta. Sí, fue parte de aquella locura televisiva de los 2000’, pero atentos a lo que hizo realmente. Cuando se piensa en toda la mazamorra que fue la televisión chilena de la época, Avello resalta. No sólo por momentos ya clásicos de la cultura pop/humorística chilena, sino también por subvertir códigos como lo hacen los artistas, a través del truco, de la ilusión. La dupla que conformaron con Passalacqua, por ejemplo, permitió abrir un espacio de burla a la homofobia que ha dominado la cultura popular chilena, y en especial la televisiva. Los clips con “El abuelo”, como Avello lo apodaba, pululan en YouTube con miles de visitas. Si tomamos Tierra 2, el mítico podcast con Pedro Ruminot donde encontramos al Felipe obsceno y extremo, podríamos decir que hoy su etapa es la de un humor reposado. En varias ocasiones dice que se aburrió de hacer ese tipo de cosas. Que ahora quiere hacer un humor más familiar. Su presentación en el Festival de Viña, el 2019, es expresiva de ese cambio. Pero no sería totalmente cierto que la sed de empujar los límites sigue igual de presente que en su época primaria. Que el humor familiar es otra carta donde poner la atención, mientras en lo oculto sucede otra cosa. En una vieja entrevista, donde pareciera que las respuestas de Felipe inquietan al autor, éste le pregunta de una forma en la que se lee cierta desesperación por no poder descifrar al entrevistado; “¿de dónde sale tu humor, entonces?” Avello responde: “De mi corazón”. La constante metamorfosis Avello cuenta que luego de dejar la televisión su entrega al Stand Up fue casi total. A pesar de seguir trabajando en los medios, específicamente en radio, para ese entonces contaba en alrededor de 300 presentaciones al año. Toda una cifra. Uno pensaría que el 2020, que nos obligó a punta de desastre y shock a tener que pedirle permiso a los Carabineros para poder salir a comprar comida, sería una herida fatal para una carrera de esas características. Pero el pez nadó como los salmones río arriba, esquivando a los osos. Luego de varios años, volvió al podcast. El nombre del proyecto, La Última Luna es un título tomado de una enigmática canción de Emmanuel (aparentemente inspirada en el Apocalipsis, y que sirve como cortina musical del programa). «Hoy sentí ganas de arrancar, porque cuando te dicen que va a haber una cuarentena total, y nombran la comuna en la que estás viviendo, dices pucha, ¿por qué no me quedé en Puente Alto mejor?”’ Se supone que es por que aquí está la gente más contaminada, estas son las comunas de la gente que viajaron, o sea, de los cuicos. Nosotros vendríamos siendo el error del algoritmo, porque no somos cuicos y yo nunca he salido de Chile. ¡Ah, una vez salí, en Tacna!… por cuatro horas, y me entré”. Así comienza su primer capítulo, publicado sin bombo ni platillo por Spotify. La primera reflexión, eso sí, no es de Felipe, sino de uno de los “Pececitos” (Gabriel y José Carvajal). “Disculpa que te interrumpa, le dice Gabriel a José en el segundo minuto, pero para la gente que nos escucha, José y Gabriel son lo mismo porque hablamos igual, como se pueden dar cuenta”. ¿Qué habrá pasado en la mente de Felipe para idear un proyecto así? Los hermanos Carvajal son gemelos, de 26 años. Avello, 46. Parece una idea más rara al saber que el área de trabajo de Gabriel y José es la de personal trainner. De hecho, así se conocieron. Suena como comer papas fritas de desayuno. O un combinado de vino con cerveza. ¿La única diferencia? Funciona de maravilla. Este podcast, por llamarle podcast “Tuviste buen ojo, Felipe, es verdad, de acompañarte de dos perros nobles”, le dice Pedro Engel al panel en el capítulo de fin de año. “Sí”, dice Avello entre risas, “bueno… perros porque son del horóscopo chino…”, continúa. El Pez y Pedro son Tigre. “Los tigres somos personas que vinimos a estar al servicio de los demás… a reírnos también…. a cuidar de las personas y de la manada (…). El tigre tiene luz y sombra, acuérdate de sus rayitas (…). Por eso son personas que respetan mucho al ser humano, porque le conocen el lado A y el lado B” explica Pedro. “A mí me salvó la vida”, me dice un amigo, medio broma medio en serio, al conversar con él sobre La Última Luna. Entiendo lo que quiere decir, aunque es difícil de explicar. Larry David y Jerry Seinfeld decían que Seinfeld era “un programa acerca de nada”. Podríamos decir que La Última Luna también lo es. A veces hay noticias, efemérides, anécdotas, “el momento cultural”, rememoranzas de oscuras piezas de cultura pop, entrevistas (desde José Maza a Salfate, el Puma Rodríguez a la madre de Felipe) que son terriblemente hilarantes, y a veces solo humor en su estado más puro. Es un programa familiar, es un programa stoner. La química entre Felipe y los hermanos Carvajal es simplemente innegable, aunque entre ellos exista un universo de distancia, lo que sirve como combustible para buena parte de los diálogos. Avello habla sobre la vida de algún artista, músico, personaje de la segunda mitad del siglo XX. ¿Ubican?, ¿lo conocen?. Los hermanos responden con silencio. La tortilla se da vuelta, la actualidad pareciera ser el terreno de los hermanos, expertos en reggaetón, deportes, y cierta cultura pop de la que Felipe está constantemente burlándose. Pero todo con cariño. Hay una cierta inocencia, que se expresa como sinceridad/ingenuidad en los hermanos Carvajal, que los convierte en personajes automáticamente queribles, adorables. Son como los compañeros de curso con los cuales uno no tenía mucho realmente en común, pero era agradable estar cerca de ellos, aunque fuera para hablar “tonteras”. No hay que equivocarse tampoco: José y Gabriel manejan los tiempos, sus fortalezas y debilidades de forma hábil. Hacen la pega y la hacen bien. Acompañan a Felipe, ciertamente, como dos perros guardianes, confiables. Así como en los mejores tiempos del Barcelona de Guardiola, la pelota se mueve tiki-taka entre los tres, como si detrás de aquella presentación hubieran horas y horas de entrenamiento. Su audiencia (conocida como la comunidad pececitos-as-es) no tiene límites etarios. Un tal Rodrigo López comenta en un capítulo una corrección sobre la autoría de la canción “Doce Rosas”, un olvidado single de amor del 86’ traído a la palestra por Felipe. Su foto de perfil lo aproxima a un adulto yendo hacia la “edad dorada”. Una usuaria le responde: “pensé que era la única ‘más viejita’ que noté ese error”. Rodrigo replica: “yo soy el pececito senior”. Un tercero, Luis Rojas, interviene en la conversación: “entre pececitos no hay edades jajaja solo somos pececitos y punto”. Si Seinfeld era un programa sobre el sin sentido que se tomaba la cotidianidad post-90’s en Estados Unidos y gran parte de Occidente (con nuestro país intentando ser parte de ese Occidente) -y por eso se describía de una forma nihilista-, La Última Luna habita la nada en busca de sentido, en un momento donde todos nos vemos enfrentados a una crisis personal y colectiva. Pareciera que en este mar de inconexiones, se crea un hogar. Es la sensación que abunda en sus auditores. La descripción de Engel sobre los Tigres pareciera ser no tan fortuita, esotérica, tentativa. El último proyecto del Pez se muestra, por sobre todos los otros, como un serio intento de cuidar a la manada. El escudo es simple: la risa que no es alienante sino reconfortante, la risa que da lugar a un refugio para muchos durante un tiempo donde pareciera que el caos y la muerte rondan cada esquina como detectives de alguna policía de inteligencia, esperando detenernos en cualquier momento. La promesa: no los abandonaremos. Cuando marzo volvió a atacar con la sorpresa de nuevas cuarentenas y cifras récords de contagios, los pececitos volvieron al ataque con todo luego de una pausa de verano. Están cuidando a la manada, haciéndonos sonreír, aunque sea por un ratito, de cosas pequeñas y tonteras, y así, salvándonos un resto de la locura cotidiana de estos tiempos. Tito Villegas es un intento de cineasta y escritor. Gráfica: Marcos Rojas (En Instagram: @gallinetae)