Monito, perdón por tan poco Sin categoría En el buscador pongo: “El perro que habla”. Llego al video. Aparece monito, un quiltro café de orejas peludas y ojos cansados en primer plano. Por Mariana Gaete Dicen que vivía en la calle, que un día le dieron un pancito, y pidió agua de vuelta, siguió a la persona que le dio de comer y beber hasta su casa. Entre testimonios de su “dueña”, Luisa Carvajal y vecinas sorprendidas, aparece resguardado en su cajita de cartón. “AAAATATA” Un humano con sus manos grotescas aprieta la garganta del can, abre y cierra a la fuerza su hocico. “AGUUUUUAAA” El micrófono, inquisidor, se acerca y percibe sonidos guturales. Es lo que dicen que dice. Monito, claramente furioso, expone sus blancos y brillantes colmillos a los telespectadores. El video con 311,647 vistas es de junio del 98. La memoria es extraña. Siempre una cosa lleva a la otra. Quiero creer que me acuerdo muy bien de 1998. Me concentro en pensar ese año. Rápidamente, desenredo una maraña de olores, objetos, sonidos e imágenes. Selecciono y jerarquizo acontecimientos, disecciono el rizoma. ¡Ocurre el milagro! Armo un relato. Puede que todo sea mentira, pero en tiempos de postverdades eso no importa ya, y entonces me digo: ¡me acuerdo muy bien de 1998!. Tenía 5, casi recién cumplidos para cuando se transmitió la historia de monito, fue el primer año en la casa que hasta hoy es el hogar de mis papás donde tuvimos por primera vez una tele a color. Con intención de legitimar mi historicidad, me aferro a estos eventos, y trato de tender un puente, un hilo rojo que me une a otrxs. Entonces pregunto: ¿cuántas personas habrán tenido 5 años en 1998?, ¿cuántas personas se habrán cambiado de casa? ¿Cuántas personas habrán tenido, por primera vez, ese año, una tele a color? ¿Cuántas personas habrán visto monito? ¿Cuántas de ellas habrán empatizado con él? *** La casa se fue haciendo de a poco, como una misma. Al llegar no tenía baño, ni escaleras, ni ventanas, ni puertas. Lo que sí teníamos, ya alcanzado cierto estadio del desarrollo de la sociedad de consumo era una tele SONY TRINITON. No más imagen blanco y negro. Bien que algunas familias podían permitirse por medio del pago de cómodas milchorrocientas cuotas. El día que llegó fue emocionante. El chirrido cringe de la plumavit del embalaje. Una gran caja negra y un centro grisáceo en el que se reflejaban los ojos curiosos de toda la familia. La tele traía una antena, pero no pescaba ninguna señal. La casa, en aquellos tiempos, aún estaba lejos de la urbe—ahora los límites de la ciudad se extendieron a fuerza de fuego e inmobiliarias, y Quilpué se transformó en una soñada ciudad dormitorio—, entonces, tuvieron que traer una antena más grande. ¡Qué decepción!, era como tener un juguete nuevo pero sin pilas. Para más remate, solo se veía TVN y no Chilevisión, entonces no podía ver El club de los tigritos a color, pero igual daba un poco lo mismo, porque solo lo disfrutaba cuando iba a la casa de mi vecina Thiara, que me caía mal, pero al menos su mamá no le apagaba la tele diciendo que eran monos demoniacos y violentos. Como si ver el día menos pensado fuese menos terrible. Una vez instalada, la nueva antena, cual estandarte de modernidad, inestable pero de pie a pesar del crudo viento invernal, transmite a la caja vívidas imágenes de colores saturados a ratos cercenadas por zumbidos estáticos amenizando tardes-noches de olor a pan tostado con paté de ternera y sabor a té con leche. Era fome porque lo único que se permitía era el 24 horas. Cuando una es chica hay muchas cosas que no se entienden. Los adultos no se dan tiempo para explicar el mundo, entonces, las noticias de fin de milenio, como un espejo brillante del antropoceno, me daban mis primeras lecciones de humanidad. El adulto sobre los niños, a través de ensordecedoras historias de pedofilia. El adulto sobre los ancianos, muriendo en la calle de hambre y frío en esos tiempos en que aún había temporales. El adulto sobre los animales. Conozco al perro que habla. La tele, el regalo prometido de la sociedad en transición nos regaló un abismo. Pero de todo dolor del mundo se puede aprender algo, y así, las imágenes forjaron una sensibilidad común. Las fronteras de lo individual se hicieron difusas, y por eso monito duele tanto. *** La voz experta y cansada de un veterinario intenta explicar, utilizando eufemismos propios de su campo, la imposibilidad de que un perro hable: “estamos alterando la caja de resonancia… de la zona que es garganta, nariz, cuerdas vocales. Supongo que al animal cuando se le molesta para que gruña… y este sonido es alterado por la manipulación de tejido blando”. A nadie parece importarle, y la nota reitera el carácter extraordinario de este animal, afanados en defender la idea de que el perro efectivamente habla. ¿Qué hubiese dicho Monito si realmente hubiese hablado?, ¿Se habría quejado de este triste circo montado a su alrededor? Entre los 554 comentarios que tiene el video en Youtube, además de las críticas a la falta de seriedad del periodismo chileno, abundan los insultos a los “dueños” de monito. Lucía Carvajal aún intenta defenderse, y quién trató increparla indica: “me fue mal con la misión… le empecé hacer la pregunta a la señora y se fue en un mal viaje […] me costó abordarlo, porque en cualquier momento iba a llegar a ese punto, y cuando en primera instancia le pregunté, empezó a ponerse a la defensiva al toque… después hinqué en la herida y empezó a sufrir”. ¿Qué estamos dispuestos hacer por un minuto de fama? ¿Qué tan pelacables podemos llegar a ser las personas en nuestro afán de encontrar signos de humanidad?. Todos los días nace un quiltro dispuesto a ser transformado en merchandising, desde figura publicitaria a bandera de lucha, estampado en poleras, pañuelos, banderas, etc. El egoísmo antropocéntrico no tiene límites, y exporta patrones de comportamiento. Si bien comparto hoy la indignación, de seguro cuando chica también quise creer que el perro hablaba, así como quería creer que mis juguetes estaban vivos o en el viejo pascuero existía. Me hubiese gustado que mi perra Josefa me contestara que me quería cuando yo lo hacía, con esas palabras humanas sin entender del todo, pero que son propias de mi especie. Como si ella con su colita a mil por hora y sus ojitos brillantes no me lo dijera, a su perruna y genuina manera. Perrito mono, te pido perdón, muchas veces nuestra especie no es dueña de lo que desea, porque nos cuesta aceptar esa otredad de la experiencia no humana. Si dijiste ATATA, AGUA, ya lo mismo da. Hoy ladramos por ti y por todos los quiltros que siguen entramados al deseo del especismo. Mariana Gaete Venegas es coleccionista, lectora y costurera aficionada. También restaura cosas y hace clases de historia.