Distintos momentos de la vida de la escritora se unen tratando de explicar su estilo y su particular forma de posicionarse ante la realidad.

Por Sofía López

Provincia de Buenos Aires. Detrás de la barrita que va pegada a un facebook.com se lee “Escritoengiles”. Me pregunto qué tenía antes. Una visita, cortesía de google maps, al lugar en donde reside desde hace poco menos de una década, me permite observar un letrero, pequeño, entre los pastizales.

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Sin embargo, la maldita línea azul no se adentra en la dirección indicada por la señal. L_s trajador_s de la multinacional, el día en que capturaron satelitalmente la provincia, quisieron ahorrar tiempo al no adentrarse entre las tres calles principales que conforman la pequeña localidad bonaerense. Por un lado, los caminos se veían muy terrosos y los árboles muy bajos para que el vehículo que lleva una cámara en el techo pudiese pasar a la velocidad que querían. Por otro lado, pensaron en que nadie se interesaría mucho por un pueblo tan pequeño. Si alguien quiere saber pues que venga. Lo claro es que no es ninguna coincidencia que alguien como ella decidiera asentarse aquí. Un lugar inocente, ignorado por el mapa, al que se llega mediante un desvío, una casualidad. Me la imagino transitando por el país, llegando a la localidad. Fotos en blanco y negro. De la estación de ferrocarril abandonada, de la capilla de arquitectura italiana. Conversando con Tete y Rosana quienes atienden el único negocio de verduras del pueblo, “Las tres hermanas”. Caminar dos cuadras y decir Aquí me quedo, por ahora.

Yo creo que escribo porque soy una vaga, y así hago como que ocupo el tiempo.

El tiempo. Contar una verdad toma tiempo. Su primer reconocimiento en el mundo de las letras fue a los treinta y tres años. Escritora no tan joven. Nerviosa. Sabe que el mundo condena el paso del tiempo en su cuerpo de mujer. Pero ella es viajera, detective. Ya para aquel premio del 95’ contaba con una buena cantidad de cuadernos, algunos de viaje, apilados en el entretecho. Todos llenos de palabras históricas que pretenden resolver el problema que le atormenta desde que era una niña: la realidad oculta algo, ¿qué?

Ojos que se llegan a ver grises, inquisitivos, pareciera que cuenta con el poder de leer la mente de quien tiene enfrente. Escucha lo que le dicen, y lo que no, lo lee. Aquello que lee pasa a ser escrito en un proceso lento. Tiempo. Con tiempo puede construir una verdad, llenar vacíos, conjeturar algo en un texto que le acerque a esa respuesta. 

Sublimación: cada vez se aleja más, por eso sigue escribiendo.

Asincrónica. Escribe sobre vidas, entrega un registro de ellas. Estudiante de periodismo en los ochenta, en sus propias palabras; ingenua, idealista. Desde niña, incomprendida, escribe aquello que no puede decir en voz alta. Hasta el día de hoy lee su infancia, no importa cuánto tiempo le tome escribirla. Publica, casi a los cuarenta, su primer libro. Crónicas nacidas a partir de un encuentro azaroso, entre ella y unas fotos en blanco y negro, entre ella y una firma, así llega a Ulanov. Descubre su linaje.

Antes que viajera es observadora. En Nicaragua, Cuba, Perú, Marruecos, Polonia. El panorama principal es observar. Podría nunca más salir de su pueblo y seguiría contando con esa intriga. Ella se levanta y mira el Acer Palmatum que proporciona sombra frente a su casa, escucha los pájaros y bichitos instalados en él y estudia el efecto que este paisaje tiene en los transeúntes. Detective, lo repito. Permanentemente alerta y sensible ante lo que esconde lo cotidiano. Su misión; invitar al que lee, aunque sea por un segundo, al lugar que evoca.

Lo que más me gusta de la literatura, de la escritura y de la lectura, es justamente el procedimiento; descubrir todas estas pequeñas cosas misteriosas que se van dando.

Movimiento. Ella trabaja el olvido, no la memoria. Escribe en los silencios, posicionada en lo no-dicho. Sabe que las palabras, en sus distintos niveles, constituyen un desorden infosilizable. Escribe entre desvíos en los que una carrocería grande no podría adentrarse, pero por suerte, una moto sí. Sin pretensiones, experimenta con el lenguaje y los géneros. Una literatura siempre en tránsito. Habla de migraciones, de extranjería, lo lleva en la sangre. Habla de abandono, de opresión, de identidad, de injusticias. Así une presentes y pasados.

Antes del 2020, gozaba de la realización de talleres y clases en línea desde las profundidades de San Andrés de Giles. Contaba con su viaje rutinario hacia la capital, para llevar a cabo sus clases de forma presencial. Realizaba su recorrido en microbús, pues qué aburrido andar en automóvil. Aunque si no fuese por la distancia, recorrería el trayecto montada en su moto blanca. Me pregunto cuántos otros viajes se vieron frustrados. Cuántas otras experiencias se vieron aplazadas. Cuántas personas todavía no podrán ser leídas. Para todo el mundo es tedioso el encierro, pero qué bueno que ella pueda mirar por su ventana un Acer y no una micro. 

 

Me gusta imaginar lo que ella puede estar escribiendo ahora mismo, debe estar releyendo un cuaderno de viajes antiguo, de hace décadas atrás, y se encuentra buscando palabras e historias que resuelvan aquel misterio. Se ríe para sus adentros durante esa lectura, evoca a una joven que aún no conoce el motivo de esta inofensiva burla. La imagino de niña, en Santiago, encerrada, temerosa y sobre todo ansiosa de vivir todo lo que pasa más allá de su casa, cruzando la calle. La imagino estudiante, militante, preguntándose de qué forma narrar todo lo que siente y pasa a su alrededor, si es que algún día se llegase a atrever. Me la imagino en su última visita a Valparaíso, hace dos años, alejándose confiada del grupo que iba caminando decidido en dirección al Canario. Ella quiere entrar al Cinzano. Ella, treinta años antes, entra al mismo lugar. Lleva puesta una chaqueta roja, se la saca, hace calor. Se trasnocha, baila una cueca consigo. A las mañanas siguientes, brilla.

***

Sentada; en el ramal, en el avión, en el bus, en su moto blanca. De pie; en el bote (con su chaleco salvavidas), en las micros de la quinta región, en la puerta de una casa. 

Ayer, hoy, mañana. 

Rimsky, Cynthia. Lo observa todo.

Sofía López es estudiante de Licenciatura en Literatura.