Sacándose la culpa de las ojeras Literatura Por Diego Mesina, participante LCC 2019 Los muertos escriben mejor que los vivos, dice el poeta Alan Mills. Lo paradójico es que la obra sigue siendo la misma. Quizás sea relevante desde qué perspectiva uno ingresa a un texto, desde la cercanía con el autor simplemente porque está vivo y camine al igual que todos o por el mito en que Mills cree. Supe de la existencia de Héctor Figueroa por medio de su muerte. Compré Intemperancia. Me di cuenta que en el libro Figueroa no existía más allá de su poesía. Ninguna biografía en la solapa ni contraportada, nada de prólogo o introducción. Título, autor y la imagen de un boxeador. Leyendo los primeros poemas pareciera que peleó siempre con la soledad, no así con lo que fue asiduo: mujeres, jazz y alcohol. El primer poema, que da nombre al libro, da señas de qué entiende por escribir: Técnica, oficio, no importan/ tampoco la fama ni el anonimato/ porque a esa hora hay puro sentimiento, escribe Figueroa, y al termino del poema lo remata: Así es la soledad, el encanto de escribir/ perfectamente borracho. Su poesía es de estilo confesional. Figueroa no imposta, cree y vive lo que escribe. También desconoce pero eso que ignora lo remite a haberlo leído en novelas o en un grupo básico: son palabras en sí. En ¡Mea culpa, mea culpa, mea gravísima culpa!, dice: No sé la diferencia que existe entre una cala o un gladiolo/ entre un nomeolvides y un ciprés, entre un boldo o un jazmín/ etc., etc./ Las reconozco sólo como nombres, palabras que aparecen en/ poemas o novelas;/ ecos. No tiene problemas en poner referentes, Williams Carlos Williams, Macedonio Fernández, Carlos Droguett. Como también a personas del imaginario colectivo, El Matador, Zamorano, Chino Ríos. Llama de Maduritas Mamacitas y que sus imposibles son: Paloma San Bacilio, Faye Dunaway, Jessica Lange. Es claro, Figueroa sabe qué le gusta y qué no. Alguien dijo que los tópicos de la poesía no son más que cinco y estoy de acuerdo. La riqueza radica en la experiencia de cada autor en enfrentar lo que nos hace humanos y que nos moviliza. No sé si exista un aura como la que hablaba Benjamin en textos que de un día a otro resultan huérfanos de autor, dándole otro sentido de lectura al que lee. Entre comillas Figueroa da nombre a un poema. La muerte es un éxito de público. Pareciera dialogar con lo que escribe Alan Mills. Más de ocho horas diarias para que todo siga igual. Encuentro este verso en dos poemas. Es un verso que resuena, tiene política, agotamiento, absurdo. Lo deja claro, ocho horas diarias no es más que dinero. En Día Viernes escribe pero seguíamos bebiendo/ derrochando el mísero sueldo/ siempre los últimos del bar. A la medida que llego por la mitad del libro, Figueroa deja claro que abandonó el alcohol hace dos meses y que sigue llegando tarde al trabajo. En Período de seca piensa en el jefe. Y es cierto, sigo ojeroso, con el cuerpo malo/ pero no me voy a poner a explicarle la verdad:/ que me quedo hasta las 5 de la mañana/ escribiendo huevadas como ésta. Concuerdo con lo que David Bustos indica en La rueda de la fortuna a propósito de Groggy del mismo poeta. “Escribir claro es difícil. Hacerlo sin acumular una sarta de poses, lo es más aún”. Héctor Figueroa habla de soledad, amor, mujeres inalcanzables, dinero, trabajo de ocho horas diarias, poesía de adolescencia en borradores. Ha pasado menos de una semana desde que murió y he tomado la mitad de ese tiempo en descubrir su poesía. Me gustaría terminar con una imagen: este libro manchado por cerveza en los bordes de esquina, tomado por adolescentes que descubriendo los excesos se cobijan en un libro en donde la intemperancia sí existe: Se acabó la cuerda, se me le agotaron las pilas; hace rato ya que vengo aguantando a un ser inanimado