“La Extranjera”: Identidad desde el objeto Artes Escénicas por Viviana Pérez Riveros Tras un año de proceso de creación y búsqueda, surge “La Extranjera”, producto de la residencia de la artista circense Ingrid Flor, en el Chateau de Monthelon, Francia (2015). La obra, que relata su viaje, fue recientemente presentada en el Parque Cultural de Valparaíso. Ingrid Flor en escena. Observadora, deja entrever en su mirada una impronta de seriedad, como recordándonos la importancia de aquietar el estruendoso paso del umbral del parque a la sala misma, donde nos iremos adentrando a un relato desconocido. Sólo su presencia, una maleta y una estructura metálica se iluminan y conforman un ambiente intrigante por su sencillez: ¿Qué nos querrá decir? Luego de la breve espera, su voz: “¿Quién dijo que no había público en Valparaíso?”, estas simples palabras sirven de conexión con los asistentes, y sustentan su propia intención -declarada- de ir más allá de la distancia entre el público y el artista: la transición entre “el muro de lo visible a lo invisible”. “¡Llegué!”, esboza. Con sus gestos transmite la sensación de pisar territorios inexplorados, y poco a poco el silencio da protagonismo a su presencia. Ingrid domina esa tensión con frases espontáneas, que nos permiten oscilar entre su relato y la realidad misma, nutriendo así la ocasión que nos convoca. Si disfruta de la actuación, también disfruta del asombro y las risas espontáneas. El eje principal de esta obra autobiográfica recae en la intención de contar su viaje de manera natural, teniendo en cuenta las reacciones del público, dando valor a aquellas experiencias personales que nos hacen sentir identificados. Ciertamente acerca la obra al espectador, haciéndonos partícipes de su propuesta. Al fin y al cabo somos un mismo lenguaje. Destaca el trabajo producto de su investigación de circo, donde converge el uso de aparatos no tradicionales como la cuerda, o sencillos “perros de ropa”: aquella decoración en el cabello de una de sus asistentes al adquirir las entradas, – una pinza de ropa con escritura a mano que decía simplemente “LA EXTRANJERA”-, cobra sentido en escena, cuando el acto de colgar la ropa es más que un cliché y pasa a ser el aglutinante de sus múltiples reacciones en la representación de su viaje y su historia. La cuelga, como acto habitual, es ahora un factor clave para descubrir a una Ingrid cambiante en posturas y actitud. Tras la interacción con cada prenda, Ingrid va ajustando su propia identidad, mostrándose cada vez más abierta a definir el “Quién soy”, desde la mirada crítica pero no menos divertida. Destacan en esta representación la figura de “la artista”, convencida de su discurso extravagante, y “la monja”, como punto de inflexión. Su capacidad para animar objetos nos permite validar el paso de lo cotidiano a la fantasía. Así, sencillas prendas -un pantalón o una camisa- parecen cobrar vida y presencia en su relato. Las telas blancas, despojadas de todo prejuicio, nos permiten concentrarnos en su mirada, que ahora es mucho más brillante y receptiva, como si el hecho de narrar y actuar sirviera de combustible para existir, reír y vibrar. Curiosamente, el desenlace de la obra nos lleva al despliegue de algunas técnicas circenses de desplazamiento en altura, pero por sobre todo a su lado más lúdico y liberado de ataduras. El clímax de la obra pareciera ir más allá del discurso, del personaje que lleva encima y sus vestiduras, situándose en la misma Ingrid y la conexión con su expresividad. Si nos permitimos comparar esta imagen con la primera impresión de su actitud corporal, ciertamente podríamos decir que su viaje personal fue gratamente develado y compartido. Llama la atención la construcción del texto fuertemente arraigado a la presencia del objeto y al fluir del pensamiento, un recurso que nos confronta paulatinamente con nuestra propia manera de pensar y enfrentarnos al mundo. ¿Acaso no nos hemos sentido extranjeros más de alguna vez? No en vano esbozamos sonrisas frente a cada arista retratada por la actriz. Todo depende de la actitud con que enfrentamos la vida y sus posibilidades.