por Viviana Pérez

Referirse al poder desde la mirada teatral es hoy un acto de conciencia. En este sentido, la obra “Algo de Ricardo” nos conduce a la reflexión desde situaciones cotidianas que poco a poco se vuelven inquietantes. Basta con hilar cada gesto o actitud del actor para notar que, desde el texto, todo decanta hacia un mismo soporte, aquel que conforma las costras y llagas que traspasan los límites de la historia.

La compañía Los4notables presenta en Valparaíso el unipersonal “Algo de Ricardo”, del texto de Gabriel Calderón quien, con especial perspicacia, nos ofrece una mirada del clásico drama histórico de Ricardo III de Shakespeare, zigzagueando hacia los tópicos más recurrentes de la sociedad actual.

Ricardo III es en esta obra asunto y pretexto a la vez. Asunto por cuanto nos reúne en la presencia de un histórico aspirante al poder de la corona inglesa desde su talante ambicioso y desmedido; y pretexto, por pretender generar ruido en la conciencia colectiva desde la sutil línea entre lo anecdótico y lo profundo.

A poco andar de la obra, el actor nos presenta dos historias que parecen ir en paralelo. Llama la atención que el ritmo va más allá de un vistazo lineal de la historia, situándonos en un constante cruce de miradas, donde detenerse es parte clave en la construcción del relato.

Cada vez que Juan Sánchez, el intérprete, sale de su personaje -Ricardo- para dirigirse al público, refresca la escena, reduciendo cualquier esbozo de pasividad, en un oscilar entre el movimiento y la quietud.

Se presenta por una parte la ambición de la posesión de la corona y el disfrute del proceso enajenado, crudo y sin compasión y, por otro, las peripecias del actor en la tentativa de ascender al puesto de director de la obra con ironía y astucia.

Tanto los momentos de interpelación al público como los pasos de un rol a otro evidencian un marcado esfuerzo por dar la necesaria contención a este desglose del concepto de poder que transita por temas como el sexo, la familia, el amor, la furia, la envidia y la ira, cada uno de ellos encarnado en la figura cambiante del intérprete, quien se sumerge en un estilo ácido y elocuente.

Lo que en un principio puede parecer un paralelo entre el pasado y la actualidad, adquiere sentido al desplegarse en una suerte de “espejo/ reflejo” entre dos tiempos, cuyas variaciones se hacen latentes sólo en el tipo de lenguaje, del verso al coloquio. Desde esta generalidad, la interpretación actoral modera y ajusta este corsé que nos convoca, atando con seguridad los tejidos, que en esencia revelan una sola trama: en ambos se gesta la pretensión y el ego como eje y motor.

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Con recursos que bordean lo instructivo, desde un tono irónico y transversal, se sitúa al espectador en el tema de la ambición ególatra, aquella que valida y naturaliza el interés personal por sobre el comunitario, remarcando una y otra vez cuánto nos dejamos llevar sin detenernos a evaluar nuestro afán por controlar situaciones y mantener el dominio de los logros obtenidos.

En escena, Sánchez cautiva por su sencillez. Sus gestos denotan su interés manifiesto por adentrarse en el texto político y social que perfila la acción. Con naturalidad, logra adaptarse a unos cuantos recursos, objetos o vestimentas, que lo llevan a representar personajes tan disímiles como interesantes. Curiosamente parece poner mayor énfasis a los personajes femeninos, destacándose el momento donde encarna y da vida al discurso punzante de la madre de Ricardo. En ese instante su cuerpo toma altura y presencia, dando fe de apoderarse de las riendas de aquella mujer que presenta con detalle: la vestidura blanca, brillante, interminable a los ojos, refleja el carácter visceral que emana de un texto sin pausas. El ambiente se torna frío y la mirada gravitante, marcada por el peso del dolor.

Aludiendo al humor y a la representación simbólica de historias críticamente simplificadas, las intervenciones audiovisuales en “Algo de Ricardo” funcionan de enganche con el público. Se logra contactar al espectador con experiencias cotidianas y transversales, aquellas que pueden contarse a la par con tintes de drama o comedia. De igual manera la música, estratégicamente elegida y situada, contribuye a la representación de personajes y a dar valor a esta propuesta teatral que, más allá de las preconcepciones que el propio nombre de Ricardo pueda evocar, destaca por sus detalles, que conviven en perfecta sincronía.

Ciertamente el acto final ensalza el rol del actor, en su ímpetu por desenvolverse desde el reconocimiento de la miseria. En un profundo acto de introspección, la catarsis deja la sensación de estar en presencia de un teatro que reivindica lo humano más allá del personaje.