La exposición “Tomatitos Rellenos” de Yasmín Montenegro exalta las formas del cuerpo de las mujeres desde una perspectiva intimista y cotidiana. Se trata de doce piezas en bronce y aluminio que se pueden ver en galería de arte Bahía Utópica (Almirante Montt 372, cerro Alegre, Valparaíso) hasta el 27 de abril. La crítica de artes visuales de esta semana es sobre esta muestra, en la visión de Franco Cárcamo. Por Franco Cárcamo La mujer, como símbolo y como cuerpo, ha sido un tópico artístico desde la prehistoria, la contenedora de lo que por siglos fue el fin último de toda creación artística: la belleza. Ya sea como madre, amante o musa, la historia del arte podría entenderse como la incansable búsqueda de lo bello a través del cuerpo femenino. Hasta el momento en el que la belleza choca de frente con el mundo. En esta geografía se ubica el trabajo escultórico de Yasmín Montenegro, que como muchas otras, explora la identidad femenina al modo de una posible respuesta a los cánones y discursos que constriñen estos cuerpos, pero a través de un velo delicado e íntimo. “Tomatitos Rellenos” es una serie de esculturas más bien pequeñas que representan, cada una, a una mujer curvilínea, voluptuosa y grácil. La mayoría, de caderas anchas y cinturas estrechas, nos recuerdan a las antiguas venus cuyos rasgos de fecundidad eran exaltados y celebrados con ritualidad. Utilizando materiales pesados como el bronce y el aluminio, pero intentando sugerir la turgencia de la piel, estas mujeres parecen habitar un espacio intermedio entre la carne y la materia, un área en el que la autora privilegia lenguajes escultóricos básicos como el volumen y la abstracción por sobre las identidades desdibujadas en rostros prácticamente inexistentes. Ahora bien, en momentos en los que la materia deja ver las carnes (como unos senos discretos o un abdomen arrugado), estos rasgos corporales logran sugerir cierta emancipación del cuerpo femenino, pero que finalmente, termina por perderse dentro del carácter excesivamente decorativo que rodea a estas piezas, cuyos formatos parecen estar peligrosamente cercanos a una mesa de centro. Al fin y al cabo, ¿a qué clase de mujer persigue esta escultora? ¿Cuál es el cuerpo que intenta aprehender con sus manos? ¿Propone una reivindicación o simplemente coquetea con un cuerpo al que los medios dejaron fuera? Me atrevería a tomar parte por lo último. Las esculturas de Yasmín Montenegro son a primera vista símbolos de sensualidad y erotismo, no como objeto sexual, sino como catalizadores de sensaciones, exaltando cierta feminidad “primigenia”, fecunda y generosa. Coronadas por cabelleras largas, movidas por un viento primaveral, a veces estas mujeres parecen estar posando para un otro y otras veces bailando para sí mismas; nunca entregadas completamente a la posesión de un espectador masculino, pero si al deleite de cualquiera que quiera ver un ritual cuyo fin no es otro más que celebrarse a sí mismas.