Hace algunas semanas, la joven escritora obtuvo la Beca de Creación 2021 para trabajar en su primer libro. En esta entrevista nos cuenta sobre su vínculo con la literatura, su paso por BAJ y las historias que inspiran su escritura.
Por Tania López Gallardo
Fue el 2019 que Teodora (1997) se vinculó a Balmaceda Arte Joven, en la sede de RM. Precisamente, en el taller de Escritura y Género: Hablo por mi diferencia, dictado por el escritor Gonzalo Asalazar. Un espacio formativo que, para ese entonces, se convertía en un colectivo de contención y acción literaria durante la Revuelta Popular de octubre de ese año.
De ahí en adelante, y con la idea de continuar en esta búsqueda creativa, fue Salazar quien le recomendó participar del Laboratorio de Escritura Territorial, iniciativa guiada por el escritor Cristóbal Gaete e impulsada por BAJ Valparaíso que, por primera vez, abría sus clases al formato virtual a raíz de la pandemia.
Así, sus relatos también atraviesan territorios geográficos, entre Santiago y Valparaíso. Sus historias, las de sus amigues y lo que ella llama su “familia no sanguínea”, fue lo que la motivó a enfrentarse a escribir desde el otro lado del margen: “Soy trabajadora sexual y la mayoría de mis amistades también lo son; trabajadoras sexuales, trans, trabas, no binaries, qué se yo. Son mi motor para escribir”, nos cuenta al iniciar esta conversación.
TL: ¿Desde dónde surge la motivación de expresar esas historias desde la escritura?
– Mi necesidad de escribir nace porque mi mamá tiene la costumbre de escribir cartas, y nos enseñó siempre que cuando sentíamos algo, o queríamos decirle algo a alguien, porque estábamos enojadas o molestas o contentas, que escribiéramos cartas, porque así nadie te interrumpe y tampoco te enredas con las trampas del lenguaje. Entonces, desde ahí empecé a comunicar todo lo que sentía a través de la escritura.
¿Y qué te provocan las palabras?
– Me gusta leer mucho y las palabras siempre me provocan cosas. El hecho de haber estado leyendo algo y que una frase me haya hecho sentir tanto, para mí era como: “¡Cómo es posible!”. Yo estudié música, pero siento que la música es algo más tangible.
¿Qué te provoca escribir crónicas que no te provoque la música?
– Yo estudié composición. Hago canciones. Pero me pasa que con la música no siento los nervios o las mariposas en la guata que sí me produce escribir y que me lean. Vengo de una familia de músicos. Mi mamá es cantante y mi papá músico, entonces, la música siempre fue algo más cotidiano, y subirme al escenario no me produce los nervios que sí me produce leer frente a las personas, por ejemplo. Que la gente critique mi texto, me produce hasta emoción.
¿Cómo ha sido explorar y contar, desde tu trinchera, las historias de las trabajadoras sexuales? ¿Cómo es llevar al papel algo que es tan tuyo e íntimo?
– ¡Uff, intenso! El año pasado mataron a une de mis mejores amigues, que era marica, en Santiago. Es una de las historias que atraviesa mis crónicas. Para mí ha sido un proceso muy emocional, muy fuerte. A veces he terminado llorando después de escribir, porque la gente que me rodea tiene historias súper fuertes. Soy consciente de que, como trabajadora sexual, tengo privilegios (…) Me nutro mucho de ellas y son mi inspiración. Por eso ha sido un proceso tan fuerte, porque es algo que cala muy hondo en mí.
A raíz de la beca de creación que obtuviste, ¿es sobre esas historias en las que quieres seguir ahondando?
– Hasta el momento, no tengo intención de ir por otro camino. El proyecto con el que me gané la beca, son crónicas sobre el trabajo sexual. Ya he avanzado bastante, e incluso mutó a una especie de novela. Todos los personajes que están ahí, son personajes que existen en mi vida y que, a pesar de que es ficción, igual son cosas que están en mi mundo. Me baso totalmente en mis amistades. Por ejemplo, en el mundo del trabajo sexual, o en el mundo de las trans o trabas, se da que empiezan a armar familias, que no son sanguíneas.
¿Y tú tienes una familia no sanguínea?
– Tengo una madre traba, que me inspiró mucho. En una de las primeras crónicas que escribí, acerca del trabajo sexual, fue totalmente inspirada en ella, de una traba que superó la expectativa de vida trans. Ella tiene más de 40 años y es súper chora, se para en la calle y me ha enseñado mucho. Yo también sé que le he enseñado mucho a ella.
Y sobre tu grupo de amigues, a quienes consideras tu otra familia, ¿qué dicen de este camino que estás forjando en torno a la escritura?
– Si bien aún es algo para mí, mi familia y mis amistades saben que escribo, saben cuál es mi plan con respecto a la escritura, pero por ejemplo mi madre traba, que es la Nancy Carolina, siempre me ha pedido que yo le muestre la crónica que escribí, y yo no se la he mostrado, porque me da mucho pudor (risas). Ella sabe que lo hago con todo el amor del mundo, y con toda la admiración también.
¿Cómo se contrasta ese pudor con el hecho de enfrentarse a hacer pública la escritura? Por ejemplo, hay un texto tuyo en el libro del Laboratorio de Escritura Territorial (LET) del año pasado.
– Más que nada, conversando en la casa, en los carretes. De hecho, muchas de mis amistades leyeron por primera vez mi texto en el compilado del laboratorio, porque yo escribí sobre una olla común de trabajadoras sexuales que se hizo acá en Valparaíso. Eso se publicó y muchas de las personas que iban a la olla cacharon que había un texto sobre la olla y sabían que yo lo había escrito (risas). Ha sido súper sorpresivo, pero poco a poco he ido contando más y soltándome, porque de verdad me da mucho pudor.
¿Cómo tu paso por BAJ marca este proceso?
Y en el LET, ¿cómo sientes que se dio esa dinámica con tus compañeres?
– A pesar de que fue un espacio online, ni se notó eso. Tenía miedo que criticaran mis textos y de yo criticar los del resto, pero ahí uno tenía la chance de explicar qué es lo que quisiste decir. Es bacán que en este espacio la gente te lo esté diciendo. Ahí cambié la manera en la que veía la escritura. Además, generé lazos muy fuertes, con amistades con las que ahora nos vemos presencialmente y nos seguimos compartiendo y comentando los textos. Es una de las mejores cosas que me pasó el año pasado.
– Luego de tu paso por el laboratorio, ¿cómo concibes el territorio ahora?
– Fue heavy para mí. Nunca había escrito sobre el territorio. Y cuando entré al LET, tampoco sentía que escribía de manera situada, ni tampoco llevaba tanto tiempo viviendo en Valparaíso. Y luego, me empecé a dar cuenta que mi territorio era mi cuerpo, y que mis amistades utilizan el cuerpo como territorio. Cambié mi perspectiva de ver el territorio. Por ejemplo, Santiago es una zona plana, y salir con tacos es muy sencillo, y cuando empecé a trabajar acá en Valparaíso, me di cuenta que es mucho más difícil caminar en tacos entre cerros. Mi cuerpo/territorio, del que escribo, cambia según el lugar en el que esté. Mi madre, Nancy Carolina, que es una traba fuerte, es capaz de cualquier cosa, porque puede subir cerros corriendo con los tacos. El LET cambió mi perspectiva de ver y entender el territorio.
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